Blanca orientación
Previsiones meteorológicas para el fin de semana en el “Rock-and-O” en La Cabrera (Madrid): frío y nieve.
En la Manchuela albacetense, cuando el tiempo anuncia nieve nos lo tomamos como: “caerán cuatro copejos, no más”, y de normal suele ser así, con poca cubierta en el asfalto, pero este concepto cambia mucho en la Sierra de Madrid. Allí cuando anuncian nieve, es con una buena base en la que puedes llegar a hacer muñecos de nieve gigantes.
Así amanecimos el sábado, con todo cubierto de nieve y nevando. A nosotros esa imagen nos encantó, sobre todo a los más pequeños que no tardaron en enviar fotos a los amigos para darles envidia. A los mayores nos pilló haciendo una lista mental: camisetas térmicas, guantes, braga para el cuello, ropa y zapatillas de repuesto, brújula y pinza.
Llegan las primeras respuestas a las fotos enviadas: “Anularán la carrera, ¿no?”
¿¿Cómo?? Creo que a ningún orientador se nos pasó por la cabeza semejante idea. La mayoría, seguramente, pensamos en lo que íbamos a disfrutar corriendo esa mañana.
Conforme nos acercábamos al centro de competición, los copos iban en aumento, suerte tuvimos que nos habilitaron un gimnasio del colegio (centro neurálgico) para poder cambiarnos y estar resguardados antes y después de las carreras.
Viendo el panorama, a mí personalmente se me pasaron dos ideas por la cabeza para enfrentarme a aquella situación: o bien corría padeciendo por los posibles accidentes que esta carrera auguraba debido a la existencia de gran cantidad de superficie rocosa o disfrutaba haciéndola asumiendo las consecuencias. Por supuesto escogí la segunda opción. Me lo planteé como un nuevo reto, una experiencia única, pues era la primera vez que corría en estas condiciones, y tenía muchas ganas de ver lo que esta nueva aventura me deparaba.
Hice bastante bien las dos primeras balizas y de camino a la tercera, intentando sortear un obstáculo, me encontré con una chica de otro club que intentaba corroborar su ubicación conmigo y que tardó milésimas de segundo en ayudarme cuando mi cuerpo empezaba a caer por la fuerza de la gravedad. Coincidió que teníamos la misma baliza y decidimos ir juntas. Una vez alcanzado nuestro objetivo nos despedimos para seguir cada una por su camino, pero nos dimos cuenta que íbamos hacia el mismo sitio, entonces me dijo: “A mí no me importa llevar compañía, ¿y a tí?”; en cualquier otra circunstancia imagino que ni ella lo hubiera planteado, ni yo hubiera aceptado, pero cuando miras a tu alrededor y solo ves un manto blanco de nieve cubriendo absolutamente todo, donde ni siquiera puedes intuir los caminos principales, cuanto ni menos las sendas… Sopesé la situación y me dije que llegados a este punto, esta aventura sería más segura para mi salud hacerla acompañada que el orgullo de ir sola. Y no erré en mi decisión. Apenas veíamos bien por dónde íbamos porque los copos no paraban de darnos en la cara (yo me acordaba de mi marido y de todos aquellos que llevaban gafas; que mal rato pasaron en algunos momentos ante la falta de visión y sobre todo de los peques a partir de la categoría U-10 que salían solos). Una buena parte del terreno, en ciertas zonas, estaba cubierto por unos centímetros de agua, lo que era inevitable no ir empapado de arriba abajo literalmente. Los guantes fueron un prenda clave para evitar el dolor de dedos a causa del frío y para agarrarte mejor a todo.
A pesar de esto, de todos los golpes, tropiezos, caídas y desgarros en los pantalones incluidos, puedo decir que ese día gané en salud por todas las risas que llevaba yo sola y a las que después mi compañera, cuyo nombre es Olga y pertenece al club “Universidad de Alicante”, se unió.
Personalmente iba muy contenta porque molaba ver a todo el mundo igual de perdido que nosotras, y sobre todo porque si de por sí los orientadores solemos ser muy solidarios en carreras normales, esa faceta se multiplicó por mil con esta meteorología. Da igual a quien preguntaras, todo el mundo ayudaba con las ubicaciones. Cuando tenías problemas para subir algún “pedrusco” (como decimos en mi tierra) que los había a centenares, no faltaban manos que te ayudaran a hacerlo. Esa solidaridad entre gente casi desconocida era enternecedora. Niños que cuando los veías parados, mirando a todas partes, con lágrimas a punto de salir y les preguntabas que si sabían dónde estaban y te decían que no y que, casualmente compartías baliza, y les decías: “Vente con nosotras” y ver como por instantes su cara pasa de la preocupación al alivio acompañado de una gran sonrisa; que cuando alguien te veía agachada tocándote la rodilla, y observabas como aminoraba la velocidad de carrera para preguntarte: ¿estás bien?; que de repente cruzas un riachuelo rebozado con unas zarzas, y condimentado con unas ramas secas arañándote todo el cuerpo, mires a tu mano y veas que te falta un elemento básico, miras para atrás y te dices: “lo siento amiga brújula pero no vuelvo a buscarte” y oír a mi compañera Olga diciéndome: “Tranquila, aquí tengo la mía”……Ufffff…. No hay palabras suficientes para describir tantas sensaciones tan emocionantes concentradas en dos horas y media.
Por fortuna, cuando la perdí ya estábamos cerca del pueblo y había suficientes elementos muy visibles que permitían orientarme sin necesidad de brújula.
Terminada la carrera nos dimos un inmenso abrazo por esta grandísima aventura tan divertida, entrañable e inolvidable.
Eva Mª García