Orientaferros

Sep 29, 2016 Orientación

 

PRÓLOGO

Esta es la historia de las peripecias y devenires que los integrantes de la Escuela de Orientación BMT han vivido durante el Trofeo Orientijote en la localidad de Priego.

Habéis de ser conocedores antes de iniciar la lectura que lo allí acontecido transciende lo humano y casi roza lo divino, por lo que esta narración peca de parcial al faltarle a quien lo escribe palabras suficientes con las que comunicar lo sufrido en aquel lejano lugar en su máxima extensión.

Avisados pues estáis por lo que sin más preámbulos la historia voy a iniciar. ¡Acompañadme!

CAPITULO I. UN VIAJE AL MIMBRE

Con puntualidad marcial y la emoción contenida los componentes del BMT participantes en el Trofeo Orientijote colocábamos los enseres propios de los viajeros en los autos prestos a partir hacia la Ruta del Mimbre conquense en la localidad de Priego.

Amenazantes en la lejanía unas poderosas nubes nos enseñaban sus faldas de agua jalonadas por tiras blancas y arco iris radiantes, que sin embargo mostraron piedad de este equipo humano, regando esa zona de Cuenca antes de nuestra llegada como señal de bienvenida.

Y para que os hagáis una idea de nuestro grado de osadía, como paso previo a instalarnos en nuestros aposentos, realizamos una incursión por los dominios de un lugareño donde bien podríamos haber plantado una pica en medio de sus olivas cuando ya anochecía.

Solventada esta vicisitud motivo de las primeras risas de este selecto grupo, llegamos a la ubicación exacta del alojamiento de los más jóvenes dirigiéndonos los menos sensatos en busca de nuestras habitaciones en el Monasterio de San Miguel de las Victorias.

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CAPITULO II. LA REVELACION

Bien entrada la noche y con el manto del cielo lleno de estrellas, una estrecha y sinuosa carretera siempre ascendente nos condujo al patio del Monasterio de Priego, un imponente edificio de piedra centenaria que llego a acoger a más de doscientas almas entregadas a la búsqueda de respuestas espirituales y que alguno de ellos encontró al final de un túnel que con un convento cercano les unía.

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Traspasar el umbral de la vieja puerta de madera era iniciar un viaje en el tiempo y en la historia. Caminando hacia el lugar de nuestro descanso el vello de nuestra piel se erizaba quizás por el frescor que allí reinaba. Con nuestros pasos el crujir de los ladrillos se oía, lo que unido al olor a humedad, polvo y otras esencias indefinidas nos llevó a tomar la sabia decisión de compartir las literas de una celda en franca armonía.

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CAPITULO III. PRIMERA NOCHE

Pero el español y la española con el buche lleno piensan mejor por lo que en el comedor comunal dimos buena cuenta de todo aquello que se sirvió, mejorando velada con esos gin’s de color bachata que animaron al personal hasta el punto de olvidar el significado de aquel lugar lleno de espiritualidad.

Al calor del fuego interior encendido, y puesto que estábamos prácticamente solos, decidimos sacar nuestra vena exploradora y vagar por los pasillos de lugar. La limitada luz de los móviles se abría paso entre la oscuridad de las celdas y recovecos existentes. La comunión entre el polvo en suspensión y a la mortecina luz blanca que portábamos nos enseñaba unos espacios lúgubres y fantasmagóricos por donde intuías, a veces, ver una sombra pasar.

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Esa fue una noche cuasi en vela pues a pesar de dormir todos juntos en la misma habitación, lo especial del lugar te mantenía alerta por lo que pudiese llegar. De hecho, en un momento en el que la llamada de la naturaleza ya no podía ignorar me lance soñoliento en busca del aseo existente al girar el pasillo y cuya luz me guiaba hacia allá. El trago vino cuando volvía hacia la seguridad de mi saco y me encontré en medio de la oscuridad desorientado, pues en ese momento juraría que oí unos pasos en la planta superior. Esa a la que por expreso mandato teníamos el acceso prohibido. ¿Qué o quien allí se ocultaría? Ese no era momento para dar con la respuesta…

CAPITULO IV. EL ABANDONO NO ES UNA OPCIÓN

Con energías renovadas después de un buen desayuno nos presentamos en la salida de la prueba larga que transcurría dentro de un pinar de los de rancio abolengo lleno de grandes árboles y matorrales, franqueado en las alturas por amenazantes cortados de roca afilada que nos vigilaban por si el respeto al lugar allí se faltaba. Sin embargo, la zona formada a los pies de esos duros guardianes permitía correr sin demasiados problemas pues por momentos se asimilaba a andar por una mullida alfombra de estar por casa.

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Un verdadero placer buscar balizas por allí, al frescor de la mañana se le unía mis buenas elecciones de ruta por lo que los puntos a localizar caían en un tiempo muy aceptable para mí. Sin embargo, hasta el rabo todo es toro y en la baliza 9 a mí me dio un revolcón completo. Una hora buscando entre matas, regueros, pinos y pedruscos. ¡Que desesperación! Por tres ocasiones fui a la baliza siguiente para tomar rumbo y a pesar de ello siempre se ocultaba a mi vista. La obstinación era tal que llegaban otros orientadores, la buscaban, encontraban y los perdía de vista sin saber dónde rayos habían estado. ¿Acaso era una baliza móvil? Para terminar este lamentable episodio dentro un límite os diré que finalmente me dejo picarla no sin antes golpearme en una piedra, ¡por zoquete supongo!

Como mis imaginarias opciones de pódium en esa categoría estaban finiquitadas decidí disfrutar lo que de prueba restaba. Y ya sabéis el dicho: No quieres caldo, ¡toma dos tazas! Cansado, deshidratado y desorientado me zambullí en el mar de la desesperación cuando para llegar a la baliza 13 más de cuarenta minutos volví a emplear. Aquel no era mi día, pero mi determinación a doblegar el trazado propuesto seguía intacta, pues siempre he creído que abrirle una rendija mental a la posibilidad del abandono es como una pequeña grieta en la pared de una presa. Al final romperá y en sucesivas ocasiones será más fácil dejarlo que continuar.

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CAPITULO V. FERROLANDIA Nivel 1

Aprovechando la ausencia de competición y las ansias de los jóvenes, y no tan jóvenes, por vivir nuevas experiencias, parte de nuestro grupo nos plantamos en el Estrecho de Priego para experimentar de primera mano las exigencias de una Vía Ferrata.

Convenientemente pertrechados y en suficiencia aleccionados, uno a uno por la escalera hacia lo alto fuimos avanzando. Unos más duchos y osados, otros ciertamente precavidos y menos temerarios, todos fuimos avanzando por los asideros en la roca colocados.

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Las grapas nos permitían ir avanzando mientras con nuestro cordón umbilical a la línea de vida doblemente íbamos asegurados. Por momentos nos reíamos, por momentos sufríamos, pero como equipo humano nuestra unión fue aumentando conforme los obstáculos íbamos superando. Puentes móviles, tirolinas en el vacío o asideros desplomados, todos fueron vencidos por estos Bemeteros de acero cromado.

Llegados todos a buen recaudo la explosión de alegría atronó en el Estrecho de Priego. La tensión contenida unida a la sobredosis de adrenalina subió la moral del equipo a cotas nunca alcanzadas pasando a ser esta una experiencia difícil de olvidar.

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CAPITULO VI. FANTASMAS SONROSADOS

La cena de nuestra última noche en el Monasterio vino a confirmar lo que a todas luces se veía: nuestro grupo se gustaba y engatusaba. Miembros de otros clubes optaron por sumarse a nosotros para disfrutar de la velada regada con unos generosos Pink Gin’s que desinhibieron al personal animándoles a hablar, aunque unos más que otros hacieronse de rogar para su mejor chiste contar. Que, por cierto, Brasero, creo que la vela no llego a alumbrar porque ya no me acuerdo de na, de na. Motivo este para que cuando la ocasión se tercie nos volváis a deslumbrar con esos chistes tuyos de gran reserva y las anécdotas de Pilar.

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Poco a poco, a medida que los vasos se fueron vaciando, el grupo se fue disgregando hasta que quedamos solo 5 valientes que enfundándonos el espíritu de Indiana Jones decidimos descubrir los secretos ocultos que todavía guardaba aquel lugar.

Crecidos por nuestros brebajes mágicos no quedo sala, hueco, cueva o habitáculo por visitar hasta el punto de llegar a lugares de alto interés cultural pero que la prudencia me invita a obviar. Pero para saciar en algo vuestra curiosidad sí que os diré que en el karaoke se cantó y el aula oculta se visitó.

CAPITULO VII. EXPRIMIENDO PRIEGO

Con el sabor todavía amargo del día anterior acudí a mi cita con el destino en la salida de la etapa media por las intrincadas calles de Priego dispuesto a darlo todo, hasta el infinito y más allá. Pero ese destino a veces es esquivo y cuesta algo más de lo normal, pues ya durante la búsqueda de mi primera baliza me temí lo peor al errar en primera instancia su ubicación. Por suerte rectifique a tiempo encadenando desde ese momento todas las demás, cediendo únicamente tiempo por el agotamiento de las subidas se en ocasiones se hacían de rogar lo cual disminuía mi velocidad a la décima parte de lo normal. Tanto es así que dos paisanos conversaban sobre lo que en su pueblo acontecía y creí escuchar: “Están buscando pokemons de esos”. Aunque también pudo ser: “Que puñetas hacen estos”.

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Finalmente, de la carrera anterior me resarcí al terminar 3, aunque 10 del global. Por lo que me he puesto de penitencia seguir saliendo a entrenar.

CAPITULO VIII. FERROLANDIA. Nivel Éxtasis

Justo al terminar los postres decidimos rematar la faena de la Vía Ferrata. Entusiasmados nos plantamos a los pies de la roca dispuestos a volver a disfrutar del viaje por las alturas, aunque en esta ocasión por una vía distinta…

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Conocedores de nuestra destreza con los cabos, disipadores, cascos, mosquetones y demás parafernalia de escalada optamos por pasar al siguiente nivel por lo que la dificultad exponencialmente aumentaba.

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La verticalidad de la pared imponía, pero la parte que hacia afuera sobresalía abrumaba. Con el sol en la espalda y mis pensamientos como única compañía inicie la ascensión en busca de mis adelantados compañeros de fatigas. La entrada y primeros tramos eran sencillos y permitían alcanzar altura con rapidez hasta que de mi cuerpo empezó a tirar la gravedad a medida que la pared de roca sobresalía. Cuando la pared vertical se alejaba, sol más pegaba y en el punto de más desplome me hallaba, los brazos me dolían y mis latidos se aceleraban. Si en ese momento se hubiese caído una gota del sudor que emanaba habría caído directa al suelo sin nada que la interceptara. Con esfuerzo y gran emoción contenida supere el escollo que entre mí y el grupo se interponía alcanzándoles en un balcón de roca para gente muy exclusiva.

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A partir de ese momento todos juntos avanzamos como equilibristas consumados, de esos que transmiten seguridad y aplomo sin importar su osadía. Nuestra llegada a ras de suelo fue motivo de gran alegría pues estas experiencias unen y forjan caracteres igual de duros que el acero de aquella Vía.

J.A.T.D.

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